martes, 30 de agosto de 2011
El Juego del Teléfono
Cuando era chica, no existían los teléfonos celulares ni las computadoras. Es más, en algunos barrios la mayoría de las casas no tenían teléfonos. Era muy común que los vecinos prestaran sus aparatos y hasta recibieran llamadas para sus vecinos cercanos.
Esos teléfonos eran grandes, de color negro. Tenían un disco giratorio en el frente donde estaban todos los números del cero al nueve. Para hacer una llamada había que colocar el dedo en el número correspondiente y hacer girar el disco hasta el tope número por número.
Las llamadas equivocadas y las ligadas eran frecuentes. Tampoco quedaban registradas las llamadas y el contestador automático no se había inventado. Eran otros tiempos…
Esto ocurrió en esos tiempos.
Alicia y Liliana eran hermanas y primas hermanas de Patricia y Susana. Las cuatro además de primas eran amigas. Les encantaba jugar juntas. Se disfrazaban, un día se convertían en cocineras, otro en maestras y otro en enfermeras. La verdad es que las cuatro primas se entretenían sin molestar y sin pelearse durante horas.
Por esa razón, un día los dos matrimonios decidieron ir juntos al teatro y dejar a las cuatro niñas jugando en el departamento.
La más chica era Susy, tenía once años. La más grande Alicia, tenía catorce. Lily y Pato tenían doce años.
El departamento era seguro y se conocían todos los vecinos, las niñas sabían comportarse y jamás tuvieron problemas, así que estaban ansiosas por vivir una nueva experiencia quedándose solas por dos o tres horas.
Las chicas estaban felices y en cierta manera se sintieron adultas.
Dejaron las muñecas e incursionaron en el tema maquillaje utilizando el rouge y las sombras para ojos que encontraron. Luego se limaron las uñas y se aplicaron distintos tonos de esmalte.
Mientras estaban tan dedicadas jugando a la manicura, Pato vio la Guía Telefónica y comenzó a ojearla buscando apellidos que le causaran gracia. Así descubrieron apellidos como Gallo, Gordo, Gavilán, Castillo, Rojo, etc. Y no paraban de reírse imaginando chistes graciosos.
Alicia era la que más disfrutaba. De pronto dijo: -Llamemos a ver que contestan-
Y se reunieron todas en torno al teléfono con una sonrisa cómplice.
A Susy, la menor, la nombraron secretaria. Ella debía anotar prolijamente los nombres y los números de los destinatarios de sus bromas.
Liliana sentenció compungida: - Mamá nos va a retar, Nos va a poner en penitencia hasta fin de año-
Alicia, sin darle tiempo ni para respirar, retrucó: Mamá no se va a enterar a menos que alguien se lo diga- y agregó-Espero que cierres tu enorme bocota. Jura con la mano en el corazón que no se lo vas a contar- dijo solemne.
Ay, dijo Lily – Dejame tranquila.
¡No! Dijo Pato- Tenés que jurar que no vas a decir nada.
Está bien. Lo juro – contestó Lily en un susurro.
-Por Canela- Dijo Pato agregando- y no cruces los dedos en tu espalda.
-¡Está bien! lo juro por Canela- Mientras juraba, mostró sus manos y le echó una mirada triste a su gata que dormía en el sillón.
Una vez conseguido el solemne juramento de Lily, se dispusieron a hacer los llamados correspondientes: Al Señor Gallo le preguntaron por sus gallinas, al Señor Gordo le ofrecieron una dieta, al Señor Gavilán le ofrecieron una jaula, al Señor Castillo le ofrecieron mudarse a un rancho, a la Señora Rojo le preguntaron que pensaba hacer este año que estaba de moda el azul y así continuaron muertas de la risa anotando prolijamente a sus destinatarios y los distintos insultos que recibían de sus víctimas inocentes.
El juego se había puesto divertido y hasta Lily participaba con entusiasmo sugiriendo nuevas bromas.
Este pasatiempo del teléfono había resultado un éxito. Era la primera vez que recibían insultos de semejante magnitud y les dolían las mandíbulas de tanto reírse.
Mientras apuntaban una nueva lista de víctimas y proponían los mensajes sonó el teléfono.
Alicia, la mayor atendió pensando que eran sus padres para controlarlas: -¡Hola! ¡Hola!- dijo calmada. Del otro lado de la línea se escuchaba música clásica. –¡Hola! ¡Hola! Volvió a repetir… pero del otro lado solo se escuchaban los acordes de un violín lejano.
Cortó y siguieron preparando su juego.
Cuando se disponían a comenzar su raid telefónico, al levantar el tubo no escucharon el característico tono sino una respiración fuerte y sonora en el auricular. ¡Hola!- Repitió Alicia y haciéndole señas a sus primas para que guardaran silencio les fue pasando el tubo para compartir el extraño sonido. Pero este, tornó en una carcajada estruendosa y desconocida. Era la voz de un hombre.
¡Hola! Gritó Alicia. Del otro lado un largo silencio y luego una voz grave y espesa le dijo susurrando: -Sé que están solas.
Alicia colgó el tubo y aterrorizada comunicó el mensaje a su hermana y a sus primas.
-Nos está mirando- balbuceó Pato.
Lily se largó a llorar y Susana, la acompañó lagrimeando con cara de espanto.
¡Apaguen la luz! ordenó Alicia. Pato corrió a cumplir de inmediato la astuta decisión de su prima. Ahora las más chicas redoblaron su llanto.
¡Silencio! ¡Callense por favor!- les gritó Pato.
Alicia y Pato se asomaron nerviosas a la ventana para escudriñar los departamentos vecinos mientras las más pequeñas lloraban abrazadas.
De pronto escucharon el sonido del ascensor que arrancaba. Corrieron a pegar el oído contra la puerta y corrieron la tranca. Escucharon abrirse la puerta y pasos en el palier.
Contuvieron la respiración con esfuerzo.
El sillón- susurró Alicia. Entre ambas empujaron el pesado sillón contra la puerta, pero en medio de la oscuridad reinante, los nervios y el llanto de sus hermanas menores se llevaron por delante una lámpara que se cayó explotando las lamparitas y una mesita ratona con adornos acuñados a través de los años por la dueña de casa que se desplomaron y crujieron como si se partieran mientras escuchaban el sonido del agua contenida en un florero caer sobre la alfombra.
Pero lograron correr el sillón y se sentían a salvo.
Las dos primas se sentaron inmóviles sobre el sillón en el silencio en la oscuridad.
Canela, la gata maullaba, y como si supiera lo que estaba ocurriendo se acurrucó en los brazos de Lily, su dueña.
Desearon que sus padres llegaran a rescatarlas y nunca los minutos les parecieron tan largos.
El teléfono negro era el único objeto que permanecía en el lugar de siempre y ninguna se animaba a tocarlo.
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